
En un hecho insólito y digno de los libros de historia surrealista mexicana, Vicente Fox reapareció ante la opinión pública “devolviendo lo que no era suyo” y, en el proceso, terminó literalmente en calzones.
El expresidente, señalado durante años por enriquecimiento y negocios turbios, decidió —según él mismo— dar ejemplo de transparencia y austeridad, aunque el resultado fue más bien un espectáculo tragicómico. Al entregar propiedades, bienes y privilegios, lo único que le quedó fue un par de bóxers blancos, como símbolo involuntario de un despojo que muchos califican de tardío.
Las redes sociales no tardaron en bautizar la escena como “la devolución en calzones”, mientras críticos ironizaron que ni aún así se salda la deuda moral que dejó su sexenio.
Desde su rancho en Guanajuato, Fox intentó suavizar el momento diciendo que “ya está en paz con la historia”, pero la gente respondió que más que paz, lo que queda es un país en ruinas.
Lo cierto es que el expresidente, al menos en la caricatura de la política mexicana, ya ocupa un lugar especial: el del mandatario que acabó en ropa interior frente a la nación.